El Otro Yo de Mario Benedetti
Mario Benedetti (1920-2009) |
EL OTRO YO
Se trataba de un muchacho corriente:
en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía
ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta,
se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la
mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se
emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro
Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el
Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan
vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos,
movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio
estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo
lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que
hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo.
Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto,
cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa
vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de
felicidad e inmediatamente estalló en risotadas . Sin embargo, cuando
pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males,
el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar
que parecía tan fuerte y saludable”.
El muchacho no tuvo más remedio que
dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un
ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir
auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el
Otro Yo.
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