Gañadores do concurso de relatos de terror

Parabéns aos gañadores do concurso de relatos de misterio e terror Gustavo Adolfo Bécquer!!!
Queremos felicitar tamén a tódolos participantes que o puxeron moi difícil para o xurado debido á calidade dos traballos presentados.
Grazas tamén aos nosos alumnos colaboradores. O seu voto foi decisivo para a decisión final.
Aquí vos deixamos o estupendo relato da gañadora da Modalidade I, Paula Abalde de 4º de ESO.



Mi último aliento, sabor ron con cola.
                     
Lo primero que noto nada más recupero la consciencia sobre mí misma, es frío. Mucho frío. Lo segundo, ruido, supuse proveniente de la alarma. Sin embargo, cuanta más atención le presto, menos similitud le encuentro a los irritantes y monótonos pitidos con los que acostumbro a levantarme. Sí, definitivamente, ese ruido no es mi despertador, no; son voces. Voces angustiadas, en pánico; gritos desgarradores suplicando por una ayuda que yo no puedo proporcionarles. Porque sí, otra cosa que acabo de descubrir, es que no puedo moverme. Escucho, siento, pero mi cuerpo no quiere ejecutar las órdenes que le dicto, centradas ahora en abrir los ojos. Y es que al igual que no puedo extender la mano para tranquilizar a los dueños de esas voces, tampoco puedo separar los párpados. Vaya mierda. Ahora sí que empiezo a asustarme, y juro que, de poder moverme, estaría temblando. Intento concentrarme en las voces, y tras unos segundos, al fin caigo en que la más aterrada de ellas, es mi madre: “¡Paula!, ¡Paula!”. Lo siento mamá, no puedo responderte. También consigo distinguir la voz de mi padre, que suena igualmente muerta de miedo.
Pasado un rato, decido que lo mejor -y único- que puedo hacer es tratar de ordenar mis ideas, así que comienzo a recapitular: Estoy, a juzgar por la comodidad de la superficie, tumbada en mi cama. Mis oídos funcionan. No puedo hacer nada que requiera usar el cuerpo. Además, al parecer he perdido la memoria, ya que no recuerdo lo ocurrido ayer. Sin embargo, sé que yo soy Paula; una adolescente de dieciséis años, cuyo color favorito es el verde, y que odia las albóndigas. Concluyo que la pérdida de memoria es parcial, y no puedo evitar relajarme.
Mientras sigo rompiéndome la cabeza planteándome preguntas que ya sabía que no tenían respuesta, mis padres deciden llamar a una ambulancia. Ahora estábamos los tres en la parte trasera. Yo, tumbada en la camilla, y atada a esta. Ellos, de pie, hablando con el que supuse era un médico. Como a cada minuto que pasaba me encontraba más y más cansada, intentar entender lo que decían al completo era un -demasiado- arduo trabajo, por lo que sólo conseguía procesar palabras sueltas. Entre ellas, las que más se repetían eran drogas, cerebro, y coma. Entonces lo comprendí todo. Aquella bebida de la fiesta no llevaba sólo ron y cola. También me di cuenta de que la sensación que me invadía cada vez más y más rápido durante el trayecto, no era cansancio; era lo que se siente cuando la vida abandona tu cuerpo.
Así que esto es lo que se siente al morir… qué decepción. Ni luz al final del túnel, ni todos mis recuerdos ante mis ojos. Sólo oscuridad. Una oscuridad implacable, invencible, con la que no necesitas luchar para saber que vas a perder. Y a pesar de todo eso, la recibí con la más amplia sonrisa que nunca he esbozado. Porque al fin puedo decir que no tengo miedo.

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